lunes, 13 de agosto de 2012

Homilía del Domingo XIX del Tiempo Ordinario. ... que siempre giremos en torno al altar del Señor...

Homilía del Domingo XIX del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.”
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»


Homilía del Padre Prior:

Queridos hermanos y hermanas:
 Continuando con el capítulo sexto del Evangelio de San Juan, la Liturgia de la Palabra, que acabamos de escuchar, nos sigue presentando a Jesús como Pan de la Vida, como Pan bajado del cielo. Hemos visto en los domingos precedentes la importancia capital de este tema, un tema de todos conocidos; pero no siempre bien entendido, ni profundizado, ni vivido. Por esta razón, el Señor en este día quiere acentuar nuestra visión de fe sobre la Eucaristía y quiere que reflexionemos sobre algunos matices que complementan lo que hemos visto en los domingos anteriores.

Si seguimos el hilo de las lecturas nos encontramos con el profeta Elías. El profeta Elías está desanimado, abatido, carente de fuerzas y se echa a dormir, detiene su viaje, se desea incluso la muerte. Allí, en esa situación, se le aparece el Ángel del Señor presentándole el pan y el agua. Elías come pero no termina de creer, por eso vuelve a dormirse, y Dios, por medio de su Ángel, insiste: Levántate y come, el camino es superior a tus fuerzas. De este modo, con aquel alimento bajado del cielo, eco del maná, Elías camina hasta el Horeb, el monte de Dios.

Este alimento espiritual, que después Jesús presentará en el Evangelio como Él mismo, que lógicamente nos tiene que dar obras del espíritu, y es por eso que San Pablo en la carta a los Efesios nos ha dicho, con una expresión muy singular, lo siguiente: No pongáis triste al Espíritu Santo, es decir: hay obras de maldad que entristece el corazón de Dios y hay obras de luz que alegran el corazón de Dios.

Luego de ver esto, nos adentramos en el pasaje evangélico de hoy. Curiosamente la afirmación de Jesús de Yo soy el Pan de la Vida, Yo soy el Pan bajado del Cielo, suscita en los oyentes disgusto, rechazo y crítica. Crítica porque ¿cómo dice que ha bajado del cielo?, ¿cómo dice que es pan? si sabemos muy bien de dónde viene y conocemos a los suyos, ¿quién se cree éste que es?, ¿cómo nos va a dar a comer su carne?, es decir: no habían entendido que Jesús nos trae como alimento la fe. La fe que va más allá de lo que se ve, de lo que se entiende, la fe que es confiar absolutamente en su palabra. Sorprende la paciencia de Jesús en este pasaje al decir: no critiquéis. Habla de que todos los que le aceptan y aceptan a Dios se convierten en hijos, que si le aceptan a Él han visto al Padre y, eso sí, quien cree tiene vida eterna.
Hasta aquí parece que Jesús suavizaría el discurso como si hubiera dicho: ``tranquilos, lo que quiero decir es que crean en mí ´´ y así determinadas tradiciones (protestantes) lo han interpretado. Sin embargo, no podemos ser parciales a la hora de interpretar el texto porque Jesús vuelve, digamos, a la carga con afirmaciones todavía más claras, firmes y contundentes: YO SOY EL PAN DE VIDA, es verdad que vuestros padres comieron un pan caído del cielo, un maná, pero murieron. Quien come el Pan, quien me come tiene vida eterna y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Todavía las afirmaciones son más fuertes, es más fuerte decir el pan que daré es mi carne que decir Yo soy el Pan de Vida. No hay, pues, interpretación posible, Jesús se está refiriendo a Él mismo, bajado de Dios, venido al mundo, hecho carne, que es el verdadero alimento de la fe ciertamente, pero que va más allá de un acto subjetivo. Es necesario comer su carne, beber su sangre, es necesario comerle para tenerle en plenitud. Fíjense que detrás del verbo comer está el verbo asumir, está el ``hacer nuestro´´ , digerir, encarnar, hacer vida, tomar cuerpo; y esto es lo que Jesús quiere hacer con nosotros, vivir en nosotros, por nosotros y desde nosotros.
La Eucaristía no es un símbolo, no es una evocación, es el centro de la vida de la Iglesia porque es Jesús mismo y por eso nunca nos cansaremos de hablar de ello, de valorar este sacramento inmenso, valorarlo y amarlo. ¿Cómo se ama la Eucaristía? Sobretodo viviéndola y celebrándola. Viviéndola porque la Eucaristía no es una ceremonia externa, es nuestra propia vida puesta con la de Cristo en el altar. Celebrándola, trayendo cada Domingo, cada día, entre semana cuando se pueda, trayendo con gozo lo que somos y vivimos, escuchando, queriendo poner en práctica, participando, amando y orando; es por ello que la Eucaristía celebrada se convierte también en Eucaristía reservada, amando el sagrario como lugar de encuentro con Cristo, visitando a Jesús y estando con Él y, sobretodo, encarnando lo que hemos celebrado y orado en la vida y en cada momento. A veces el lenguaje nos traiciona cuando decimos vamos a oír misa, ¡no vamos a oír misa!, ¡no vamos a cumplir!, vamos a vivir la Eucaristía y a vivir de la Eucaristía y para la Eucaristía. Sin la celebración de la Eucaristía no podemos vivir en cristiano.

Queridos hermanos y hermanos, sea en el lugar que sea, aquí, en nuestras parroquias en nuestros lugares de origen, que siempre giremos en torno al altar del Señor, toda nuestra vida en torno a Jesucristo. Esto la vida del presente, pero hay otro aspecto y es que quien come de su carne tiene vida eterna, no nos olvidemos. No solamente comemos para tener fuerzas aquí, comemos para tener el viático, el viático que no es solamente para los enfermos sino para todos los que caminan, que eso significa, alimento del camino, alimento del que peregrina. Vida eterna que consistirá, va consistiendo, en vivir a Jesús y estar con Él; por eso, si de verdad estamos en gracia y recibimos al Señor como es debido, me atrevo a decir que el cielo empieza ya aquí .

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