jueves, 29 de noviembre de 2012

Homilía de la solemnidad de Cristo Rey


Homilía de la solemnidad de Cristo Rey

 

Padre Prior José María Jiménez Alonso

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Concluye un año litúrgico, concluye una etapa de la Historia de la Salvación y, como siempre, lo hacemos confesando a Jesucristo, principio y fin, Alfa y Omega, como acabamos de escuchar en la Palabra proclamada.  ¡Es que no puede ser de otra manera!, nosotros no queremos vivir sino en Cristo y vivir a Cristo, centrados en Él, en su Amor, en su Misericordia, en sus valores, en su persona; en definitiva, en su Reino.

 

 Su Reino es una de las categorías teológicas esenciales para entender a Jesucristo. Él, al empezar su vida pública, comienza predicando el Reino, y es evidente que la palabra Reino hace referencia a un Rey. Reino de Dios, reinado de Dios, que en el Evangelio se va perfilando como algo muy concreto, no como una idea bonita o simbólica, sino que el Reino que Jesús predica y quiere instaurar es algo tan concreto, tan concreto, que termina siendo Él mismo. Reino y Rey, en el caso de Jesucristo, es lo mismo. Ese Reino que, ciertamente es escatológico, que va a venir, pero que, precisamente por ser escatológico, ya empieza a estar aquí; un Reino que siempre está en crecimiento. Este elemento escatológico es un elemento muy importante para nuestra vida, pues nosotros vemos las cosas desde acá, pero el Señor las ve con una mirada eterna, valga la expresión, desde allá. A veces creemos que el éxito del Reino consiste en el número y no, el éxito consiste en el amor; y eso, el amor, quien único lo puede medir es Dios. Por lo tanto, es un Reino que está en crecimiento, un Reino que no es político, un Reino que no busca el triunfalismo ni el éxito humano, y de ahí la gran tentación de confundir los valores del Evangelio con los del mundo, ya el demonio llevo al desierto a Jesús y lo tentó en esta línea.

 

Lo que Jesús quiso instaurar y su manera de reinar no es como la de los hombres. Quiso instaurar un Reino que es universal, de horizonte a horizonte, donde caben todos los que el Señor juzga digno de entrar al banquete del Reino; y ese juicio también le toca a Él, no a nosotros. Un Reino que, claro está, es de Misericordia, no de castigo, algo que los cristianos nunca deberíamos de olvidar ni en la teoría ni en la práctica. Un Reino al que se accede, al que se entra por la conversión. Acabamos de hablar de misericordia, y misericordia, compasión, conversión van tan unidas que en el Reino de los cielos se hace fiesta cada vez que un pecador se convierte.

 

Emociona escuchar la segunda lectura, ese pasaje del libro del Apocalipsis, donde, de una manera clara, se pone a Jesús como el centro de la historia, el Alfa y la Omega, Aquel que viene sobre las nubes del cielo, Aquel que el profeta lo ve como ese Hijo del Hombre, Aquel que era y es y llega.

 

En el Evangelio de hoy vemos que, como contrapartida a tanta gloria, se nos presente este pasaje que acabamos de escuchar, pasaje tomado de San Juan. Esta pregunta sobre si era rey, ¿eres tú el Rey de los judíos?, se queda desvelada cuando afirma que Él es Rey, que su Reino no es de este mundo, que para eso ha nacido y para eso ha venido, para reinar. Aquí es donde la reflexión, la mente, el alma, el espíritu se pierden en ese océano, en esa inmensidad del Misterio de Cristo. Un Dios y a la vez un hombre, el centro de todo, y, sin embargo, reina desde la humildad, desde la entrega, desde la cruz. Estamos acostumbrados a estas palabras, de cómo suenan, de cómo debieron sonar aquel Viernes Santo, aquello de yo para esto he nacido y, bien lo sabemos, que no dijo esto para recibir los hosannas, sino el ¡crucifícalo! ; no dijo esto para que los mantos se extendieran por delante de Él al pasar, sino para ser despojado de todos sus vestidos; no dijo esto para recibir el cetro de poder, sino el cetro de burla; no dijo esto para reinar desde la gloria humana, sino desde el amor, porque la gloria de Dios hacia nosotros es, precisamente, manifestar su amor infinito, manifestar cuanto nos ama. Por todo ello, fíjense, no solamente se trata, queridos hermanos, de entender el Reino de Cristo, ni entender en que sentido se dice que es Rey, sino, como dice Nuestro Padre San Benito a sus monjes, servir a Cristo, servir al verdadero rey, Cristo el Señor (Prologo de la Regla de San Benito, 3). Es por esta razón que esta fiesta tiene un elemento vivencial muy notable: la adhesión a Jesucristo; el no solamente conocer, sino querer servirle, querer amarlo, querer vivir para Él, encontrar nuestro gozo hacer su voluntad, y ,cuando por desgracia el pecado nos muerda, encontrar nuestro gozo en dejarnos curar por su misericordia infinita, porque nuestro Rey, si bien es verdad que vendrá a juzgar, también es verdad que nos ha dado toda la vida para que descubramos su amor, descubramos que Él donde quiere reinar es en el corazón de cada uno de nosotros.

 

Concluye el Año litúrgico, estamos apunto de empezar, en Nuestra Santa Madre Iglesia, el santo tiempo del Adviento, en Oriente ya ha empezado. El Adviento es un momento para detenernos, para mirar a Jesús con toda el alma, con sinceridad, con transparencia y decirle: Sí, Señor, quiero servirte, quiero que Tú seas mi Rey, quiero que tu Reino tome cuerpo en mí, porque Tú nos has dicho que ese Reino está dentro de nosotros, quiero vivir para ti, de ti y contigo, porque para eso Tú entregaste la vida, y has sido glorificado a la derecha del Padre, y eres testigo fiel y primogénito de entre los muertos. A ti Señor, nosotros y cada uno, nosotros como Iglesia hacemos nuestra tu propia palabra y decimos: A ti la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén

 

 

 

Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad, Gran Canaria

lunes, 19 de noviembre de 2012

5º Aniversario de la muerte del Padre Santiago

El Jueves 22  tendremos  presente en la eucaristía al Padre Santiago, fundador de nuestro monasterio, en el quinto aniversario de su muerte. La Eucaristía será a las 8: 15 de la mañana

lunes, 12 de noviembre de 2012

Profesión Temporal


Con alegría la Comunidad monástica de este Monasterio de la Santísima Trinidad celebrará en el día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María la Profesión Temporal de nuestros novicios: Fray Valentín y Fray Juan Carlos. Queremos compartir con todos la oración y la eucaristía que será a las 5 de la tarde.

 Fray Valentín
Fray Juan Carlos

viernes, 2 de noviembre de 2012

Los iconos, ¿qué son?

¿Qué son los iconos?, ¿qué significan para el cristiano? Nuestro Padre Prior explica brevemente estas cuestiones en la inauguración de la exposicíón de iconos.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Los santos: gente con sangre en las venas y no agua bendita


Los santos: gente con sangre en las venas y no agua bendita.

 

Homilía de la Solemnidad de Todos los Santos

Padre Prior José María.

 

Queridos hermanos y queridas hermanas:

 

Nos encontramos celebrando una solemnidad grande donde las haya; sin embargo, una solemnidad que, a nivel popular, no siempre se entiende bien, no siempre se valora. Hay muchísimas personas que en este día de Todos los Santos aprovechan para ir al cementerio y se confunde el día de Todos los Santos con el de Todos los fieles difuntos, celebrado un día después.

 

La solemnidad de Todos los Santos no tiene nada que ver con días de luto o con días de recuerdo o añoranza, ¡todo lo contrario! Este día pone nuestros ojos en la meta de nuestra vida, pone nuestros ojos en Dios mismo, Aquel en quien tenemos nuestro destino. Es una fiesta que debe ensancharnos el corazón por que al mirar a Dios, al contemplarle cara a cara, como decía el Apóstol San Juan, hacernos semejantes a Él porque lo veremos tal cual es, caemos en la cuenta de que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no está sólo en el cielo. No es que Dios en el cielo esté rodeado de una cantidad infinita de ángeles, arcángeles, Tronos, Dominaciones, Potestades, etc… sino que parte de su gloria la tiene en sus hijos amados, predilectos, aquellos que, por la gracia, por la acción salvadora de Jesucristo y por la respuesta de una vida en fe y en obra, han sido santificados, han sido hechos partícipes de la santidad de Dios. Es innumerable la cantidad, como muy bien habla el libro del Apocalipsis, una cantidad que no se puede contar, una cantidad de hermanos y hermanas que son capaces de estar de pie delante del Trono y del Cordero con vestiduras blancas y palmas en las manos.

 

Claro que tenemos un gran error al mirar a los santos: el error está en verlos como muy allá, muy distante. Incluso nuestro lenguaje común nos traiciona cuando decimos que alguien es santo o un santito, nos referimos a que es alguien que tiene una conducta distinta, la mayoría de las veces distante también. Sin embargo, en este Año de la Fe deberíamos recuperar la imagen de la santidad.

 

En el cortejo de los santos están los Apóstoles, los Mártires, los Profetas, los Justos de la Antigua Alianza, también están los Confesores, los Pastores, las Vírgenes, los Consagrados y Consagradas, los Monjes, las Monjas y la cantidad inmensa de cristianos anónimos, de cristianos y cristianas, de padres de familia, de jóvenes y mayores, de personas como nosotros, como tú y como yo, personas normales, pues en caso de no ser normales sería una santidad fuera del plan de Dios. Los santos son gente normal, gente común, gente que ha tenido sangre en sus venas y no agua bendita, gente que ha luchado, que ha dudado, que ha sido tentada, que ha caído, que temblado, que se ha convertido, que se ha superado, que se ha vuelto a caer, que ha vivido todas las realidades que el ser humano puede vivir.

 

los santos, en un momento dado de su vida, se abrieron a la gracia de una manera total, si de golpe no, si progresivamente, hasta el punto en que se convirtieron en hombres y mujeres nuevos/as en Cristo, hombres y mujeres que vivieron según las Bienaventuranzas, el nuevo código del Nuevo Testamento. Fíjense: las Bienaventuranzas en todo momento habla de dichosos, felices, pero, a continuación ponen siempre una exigencia, una motivación, un hacer por parte de aquel que va a ser considerado dichoso.

 

En este Año de la Fe los santos son para nosotros aquellos que fueron aprendiendo a creer, fueron aprendiendo, y no es que rebajemos la santidad, todo lo contrario. Si le preguntáramos a cualquiera de los santos de nuestros altares o aquellos a los que pertenecen las reliquias que están en nuestro relicario, si preguntáramos a Santa Teresita: Teresita, ¿es verdad que eres una gran santa? Nos hubiera dicho que no. Cualquier santo nos respondería lo mismo. Los santos no tenían conciencia de ser santos, ellos tenían conciencia de que el amor de Dios  era lo más grande en su vida y de que Dios era lo más importante, sencillamente. Por lo tanto, vamos  no solamente a reactivar la fe, sino a recuperar la santidad, el anhelo de ser santos. Ser santos no es ponerse un título, es dejarse llenar de Dios, de su voluntad, de su amor, vivir con ese Dios que nos ama, con ese Dios que nos quiere para sí como hijos predilectos.

 

Otra tentación al hablar de la santidad y al pensar en ello es preguntarnos ¿para quién será eso? , ¿ a quién le corresponde esa llamada?: a todos, absolutamente a todos. Algunos estará pensando ¿y a mí? y a ti. Perdonen la expresión coloquial: de la llamada a la santidad no se escapa nadie, nadie. Con la mente negativa, manchada por el pecado, si pensamos que del pecado, del mal, del posible castigo no nos vamos a escapar, todos pecaron; pero ¿va a ser más fuerte el pecado que la gracia?, ¿va a ser más fuerte nuestra tentación y nuestras caídas que la misericordia y la acción salvadora de Dios?, ¿va a triunfar el Mal sobre el Bien? No. Dios, que lo puede todo, nos quiere vivos y en Él, nos quiere santos, como mínimo en proceso de santidad, no en proceso de canonización, eso vendrá más tarde, en proceso de santidad.

 

Llévense esto para la vida y verán que la gracia de Dios es más fuerte que nuestra debilidad. Con alegría y con gozo le damos hoy la mano a los santos del cielo que, en la Eucaristía, se unen a nosotros en este Misterio Redentor, aquí, comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre tendremos la fuerza para, como ellos, caminar hacia la Jerusalén del Cielo.