Homilía de la solemnidad de Cristo Rey
Padre Prior José María Jiménez Alonso
Queridos hermanos y hermanas:
Concluye un año litúrgico,
concluye una etapa de la Historia de la Salvación y, como siempre, lo hacemos
confesando a Jesucristo, principio y fin, Alfa y Omega, como acabamos de
escuchar en la Palabra proclamada. ¡Es
que no puede ser de otra manera!, nosotros no queremos vivir sino en Cristo y
vivir a Cristo, centrados en Él, en su Amor, en su Misericordia, en sus valores,
en su persona; en definitiva, en su Reino.
Su Reino es una de las categorías teológicas
esenciales para entender a Jesucristo. Él, al empezar su vida pública, comienza
predicando el Reino, y es evidente que la palabra Reino hace referencia a un
Rey. Reino de Dios, reinado de Dios, que en el Evangelio se va perfilando como
algo muy concreto, no como una idea bonita o simbólica, sino que el Reino que
Jesús predica y quiere instaurar es algo tan concreto, tan concreto, que
termina siendo Él mismo. Reino y Rey, en el caso de Jesucristo, es lo mismo.
Ese Reino que, ciertamente es escatológico, que va a venir, pero que,
precisamente por ser escatológico, ya empieza a estar aquí; un Reino que
siempre está en crecimiento. Este elemento escatológico es un elemento muy
importante para nuestra vida, pues nosotros vemos las cosas desde acá, pero el
Señor las ve con una mirada eterna, valga la expresión, desde allá. A veces
creemos que el éxito del Reino consiste en el número y no, el éxito consiste en
el amor; y eso, el amor, quien único lo puede medir es Dios. Por lo tanto, es
un Reino que está en crecimiento, un Reino que no es político, un Reino que no
busca el triunfalismo ni el éxito humano, y de ahí la gran tentación de
confundir los valores del Evangelio con los del mundo, ya el demonio llevo al
desierto a Jesús y lo tentó en esta línea.
Lo que Jesús quiso instaurar y
su manera de reinar no es como la de los hombres. Quiso instaurar un Reino que
es universal, de horizonte a horizonte, donde caben todos los que el Señor
juzga digno de entrar al banquete del Reino; y ese juicio también le toca a Él,
no a nosotros. Un Reino que, claro está, es de Misericordia, no de castigo,
algo que los cristianos nunca deberíamos de olvidar ni en la teoría ni en la
práctica. Un Reino al que se accede, al que se entra por la conversión.
Acabamos de hablar de misericordia, y misericordia, compasión, conversión van
tan unidas que en el Reino de los cielos se hace fiesta cada vez que un pecador
se convierte.
Emociona escuchar la segunda
lectura, ese pasaje del libro del Apocalipsis, donde, de una manera clara, se
pone a Jesús como el centro de la historia, el Alfa y la Omega, Aquel que viene
sobre las nubes del cielo, Aquel que el profeta lo ve como ese Hijo del Hombre,
Aquel que era y es y llega.
En el Evangelio de hoy vemos
que, como contrapartida a tanta gloria, se nos presente este pasaje que
acabamos de escuchar, pasaje tomado de San Juan. Esta pregunta sobre si era
rey, ¿eres tú el Rey de los judíos?, se queda desvelada cuando afirma que Él es
Rey, que su Reino no es de este mundo, que para eso ha nacido y para eso ha
venido, para reinar. Aquí es donde la reflexión, la mente, el alma, el espíritu
se pierden en ese océano, en esa inmensidad del Misterio de Cristo. Un Dios y a
la vez un hombre, el centro de todo, y, sin embargo, reina desde la humildad,
desde la entrega, desde la cruz. Estamos acostumbrados a estas palabras, de
cómo suenan, de cómo debieron sonar aquel Viernes Santo, aquello de yo para esto he nacido y, bien lo
sabemos, que no dijo esto para recibir los hosannas, sino el ¡crucifícalo! ; no dijo esto para que
los mantos se extendieran por delante de Él al pasar, sino para ser despojado
de todos sus vestidos; no dijo esto para recibir el cetro de poder, sino el
cetro de burla; no dijo esto para reinar desde la gloria humana, sino desde el
amor, porque la gloria de Dios hacia nosotros es, precisamente, manifestar su
amor infinito, manifestar cuanto nos ama. Por todo ello, fíjense, no solamente
se trata, queridos hermanos, de entender el Reino de Cristo, ni entender en que
sentido se dice que es Rey, sino, como dice Nuestro Padre San Benito a sus
monjes, servir a Cristo, servir al
verdadero rey, Cristo el Señor (Prologo de la Regla de San Benito, 3). Es
por esta razón que esta fiesta tiene un elemento vivencial muy notable: la
adhesión a Jesucristo; el no solamente conocer, sino querer servirle, querer
amarlo, querer vivir para Él, encontrar nuestro gozo hacer su voluntad, y
,cuando por desgracia el pecado nos muerda, encontrar nuestro gozo en dejarnos
curar por su misericordia infinita, porque nuestro Rey, si bien es verdad que
vendrá a juzgar, también es verdad que nos ha dado toda la vida para que
descubramos su amor, descubramos que Él donde quiere reinar es en el corazón de
cada uno de nosotros.
Concluye el Año litúrgico,
estamos apunto de empezar, en Nuestra Santa Madre Iglesia, el santo tiempo del
Adviento, en Oriente ya ha empezado. El Adviento es un momento para detenernos,
para mirar a Jesús con toda el alma, con sinceridad, con transparencia y
decirle: Sí, Señor, quiero servirte, quiero que Tú seas mi Rey, quiero que tu
Reino tome cuerpo en mí, porque Tú nos has dicho que ese Reino está dentro de
nosotros, quiero vivir para ti, de ti y contigo, porque para eso Tú entregaste
la vida, y has sido glorificado a la derecha del Padre, y eres testigo fiel y
primogénito de entre los muertos. A ti Señor, nosotros y cada uno, nosotros
como Iglesia hacemos nuestra tu propia palabra y decimos: A ti la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén
Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad, Gran
Canaria
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