miércoles, 8 de febrero de 2012

Homilía del Domingo V del Tiempo Ordinario

Homilía del Domingo V del Tiempo Ordinario


Queridos hermanos y hermanas:


Este pasaje  lo podríamos describir como una jornada de sábado, es decir, para el Pueblo de Israel el sábado es un día dedicado al Señor, el día santo. Y ahí vemos a Jesús que va a la sinagoga y después se dirige a la casa de Pedro después de haber celebrado la liturgia, como nosotros hoy la eucaristía, y luego vendría la comida familiar en alegría y en gozo. Sin embargo, hay un contratiempo al llegar a la casa de Simón y es que su suegra está en cama. Jesús la cura, la levanta y ella comienza a servirles, es decir, comienza el banquete de un día festivo.



La otra escena es Jesús curando todo tipo de enfermedades y expulsando demonios, y después, Jesús en el desierto y en la soledad buscando la oración. Una jornada intensa, sencilla y a la vez con una gran carga de profundidad porque podemos entender que así de simple y a la vez de consistente, llena de sentido debió ser la vida pública de Jesucristo Nuestro Señor. Claro que hay más:  el mensaje es que Jesús, el Hijo de Dios revelado y manifestado, es la salud, la salvación para todas las dolencias del cuerpo, sean cuales sean. Recuerden como, en el marco de la Pasión del Señor, decimos: Él tomó sobre sí, Él cargó con nuestras enfermedades y dolencias, y así es.

Hay distintos tipos de enfermedades: enfermedades del cuerpo y enfermedades del alma.


La primera lectura está tomada del Libro de Job con este pasaje un tanto sorprendente. Aparentemente es una queja tan profunda y existencial que roza la depresión cuando habla de que sus días pasan rápidos y de que no tiene sentido su vida, que sus horas, sus jornadas salen disparadas como la lanzadera, van a prisa y el justo Job, probado en la fe, …. Este es el trasfondo de las enfermedades que Jesús viene a curar y de las dolencias que Jesús Nuestro Señor quiere sacar de nosotros, de los demonios que quiere echar. El Domingo pasado oíamos una lista bastante exhaustiva de lo que podríamos llamar, unas veces con comillas y otras sin ella, demonios, es decir, realidades que nos apartan del Señor. Por tanto, la gran curación de Jesús, y con esto nos tenemos que quedar, es la salvación. Lo que ocurre es que en el día a día cuando el dolor llama a la puerta todos decimos ¡Señor cúrame! cuando en realidad lo que tenemos que decir es ¡Señor sálvame!, ¡Señor no me dejes de tu lado! Luego el dolor físico, espiritual, moral habrá que saberlo llevar, ante todo, como una experiencia plenamente humana porque el dolor y la enfermedad es una característica de la criatura, están en la vida para recordarnos que no somos Dios, están en la existencia para que no nos creamos omnipotentes ni eternos. El dolor y la enfermedad están puestos para que seamos humildes y nos mantengamos en conversión. en definitiva no es sino un elemento que nos recuerda hacia donde vamos y de donde venimos y que la única dicha que nos colma y nos colmará es Dios mismo. Por eso, quizás, y esto que les propongo es algo así como hilar fino, quizás cuando el dolor y la dificultad llame a la puerta lo que tenemos que pedir es ¡Señor dame tu gracia! porque lo otro es una manera piadosa de sacudirnos la cruz, cosa que el Señor ni quiere ni ha predicado.


Cuando la actividad en la Iglesia, en la familia, en el trabajo nos desborda, nos absorbe, tenemos el ejemplo de Jesús que cimentaba todo en la oración, todo en la oración. Esto no es solamente para los monjes o para los consagrados sino que todo cristiano por el hecho de serlo es un orante, un auténtico orante. Como ya saben, vivimos para orar y oramos para vivir.


La síntesis del Evangelio puede pasar desapercibido pues está en aquella frase que dicen los discípulos: todo el mundo te busca. Estamos aquí, en esta mañana dominical, festiva por un lado y fría y exigente por otra, porque también nosotros estamos buscando, estamos necesitados de Jesús. Por eso ahora en el altar vamos a poner nuestras enfermedades pero no tanto para que las cure, ¡si es su divina voluntad que así sea!, sino para que nos ayude, para que nos sane en lo profundo nuestras dolencias del alma y del cuerpo para que, unidas a su Pasión gloriosa, se conviertan en fuente de resurrección. Pongamos nuestra vida con el Señor a quien buscamos con toda el alma para que nos dé la salvación que ha venido a traer.

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