Homilía del Domingo V del Tiempo Ordinario
Queridos hermanos y hermanas:
Este pasaje
lo
podríamos describir como una jornada de sábado, es decir, para el Pueblo de
Israel el sábado es un día dedicado al Señor, el día santo. Y ahí vemos a Jesús
que va a la sinagoga y después se dirige a la casa de Pedro después de haber
celebrado la liturgia, como nosotros hoy la eucaristía, y luego vendría la
comida familiar en alegría y en gozo. Sin embargo, hay un contratiempo al
llegar a la casa de Simón y es que su suegra está en cama. Jesús la cura, la
levanta y ella comienza a servirles, es decir, comienza el banquete de un día
festivo.
La otra escena es Jesús curando todo tipo de enfermedades y
expulsando demonios, y después, Jesús en el desierto y en la soledad buscando
la oración. Una jornada intensa, sencilla y a la vez con una gran carga de
profundidad porque podemos entender que así de simple y a la vez de
consistente, llena de sentido debió ser la vida pública de Jesucristo Nuestro
Señor. Claro que hay más: el mensaje es
que Jesús, el Hijo de Dios revelado y manifestado, es la salud, la salvación
para todas las dolencias del cuerpo, sean cuales sean. Recuerden como, en el
marco de la Pasión del Señor, decimos: Él tomó sobre sí, Él cargó con nuestras
enfermedades y dolencias, y así es.
Hay distintos tipos de enfermedades: enfermedades del cuerpo
y enfermedades del alma.
La primera lectura está tomada del Libro de Job con este
pasaje un tanto sorprendente. Aparentemente es una queja tan profunda y
existencial que roza la depresión cuando habla de que sus días pasan rápidos y
de que no tiene sentido su vida, que sus horas, sus jornadas salen disparadas
como la lanzadera, van a prisa y el justo Job, probado en la fe, …. Este es el
trasfondo de las enfermedades que Jesús viene a curar y de las dolencias que
Jesús Nuestro Señor quiere sacar de nosotros, de los demonios que quiere echar.
El Domingo pasado oíamos una lista bastante exhaustiva de lo que podríamos
llamar, unas veces con comillas y otras sin ella, demonios, es decir,
realidades que nos apartan del Señor. Por tanto, la gran curación de Jesús, y
con esto nos tenemos que quedar, es la salvación. Lo que ocurre es que en el
día a día cuando el dolor llama a la puerta todos decimos ¡Señor cúrame! cuando
en realidad lo que tenemos que decir es ¡Señor sálvame!, ¡Señor no me dejes de
tu lado! Luego el dolor físico, espiritual, moral habrá que saberlo llevar,
ante todo, como una experiencia plenamente humana porque el dolor y la
enfermedad es una característica de la criatura, están en la vida para
recordarnos que no somos Dios, están en la existencia para que no nos creamos
omnipotentes ni eternos. El dolor y la enfermedad están puestos para que seamos
humildes y nos mantengamos en conversión. en definitiva no es sino un elemento
que nos recuerda hacia donde vamos y de donde venimos y que la única dicha que
nos colma y nos colmará es Dios mismo. Por eso, quizás, y esto que les propongo
es algo así como hilar fino, quizás cuando el dolor y la dificultad llame a la
puerta lo que tenemos que pedir es ¡Señor dame tu gracia! porque lo otro es una
manera piadosa de sacudirnos la cruz, cosa que el Señor ni quiere ni ha
predicado.
Cuando la actividad en la Iglesia, en la familia, en el
trabajo nos desborda, nos absorbe, tenemos el ejemplo de Jesús que cimentaba
todo en la oración, todo en la oración. Esto no es solamente para los monjes o
para los consagrados sino que todo cristiano por el hecho de serlo es un
orante, un auténtico orante. Como ya saben, vivimos para orar y oramos para
vivir.
La síntesis del Evangelio puede pasar desapercibido pues
está en aquella frase que dicen los discípulos:
todo el mundo te busca. Estamos aquí, en esta mañana dominical,
festiva por un lado y fría y exigente por otra, porque también nosotros estamos
buscando, estamos necesitados de Jesús. Por eso ahora en el altar vamos a poner
nuestras enfermedades pero no tanto para que las cure, ¡si es su divina
voluntad que así sea!, sino para que nos ayude, para que nos sane en lo
profundo nuestras dolencias del alma y del cuerpo para que, unidas a su Pasión
gloriosa, se conviertan en fuente de resurrección. Pongamos nuestra vida con el
Señor a quien buscamos con toda el alma para que nos dé la salvación que ha
venido a traer.
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