I Domingo de Cuaresma
Homilía del Padre
Prior José María sobre el Evangelio según San Lucas 4, 1-13.
Las tentaciones.
Queridas hermanas
y queridos hermanos:
La misericordia de
Dios es tan grande, Nuestro Señor es tan bueno y maravilloso que siempre y en
todo momento nos invita a la conversión, y de manera particular en este tiempo
litúrgico de Cuaresma, enmarcada en el Año de la Fe. Así, sin más, la Oración
Colecta nos sitúa en la vivencia y en la clave correcta para entender más y
mejor lo que estamos celebrando y ello nos lo muestra cuando dice: Concédenos Señor avanzar en el conocimiento
del Misterio de Cristo;. y es que el Año de la Fe y la Santa Cuaresma no es
otra cosa más que eso, conocer más y mejor el Misterio de Jesucristo.
Los que hemos
celebrado el Ciclo de la Manifestación del Señor, a saber, el Adviento, la
Navidad, la Epifanía, el Bautismo, descubríamos algo más de Cristo. De manera
particular esta Cuaresma, y sobretodo la Santa Pascua, nos van a traer mucho
más de Jesús, pero no un conocimiento teórico, sino, como llevamos diciendo
desde el comienzo del Año de la Fe, un conocimiento del corazón, una adhesión
más fuerte a Cristo. Y, así, como si de estaciones se tratara, cada Domingo de
la Santa Cuaresma nos va a poner delante de nosotros a Jesús con unas marcas.
El tema de este I
Domingo de Cuaresma son las tentaciones. Las tentaciones de Jesús son un tema
muy conocido y que se puede interpretar muy por arriba, vaya ocurrencia del
demonio tentar a Cristo; lo podemos interpretar en una clave moralizante, las
distintas tentaciones que todos tenemos y esta Cuaresma es la posibilidad de
superarlas; algún año lo hemos analizado como la oportunidad de elegir bien,
pues cada tentación es la oportunidad de elegir la voluntad de Dios.
Hay algo muy
profundo que se esconde en este relato: en las tentaciones y a raíz de las
tentaciones queda de manifiesto quien es Jesús, todavía con más claridad y
nitidez. Es muy reveladora la pregunta, la insinuación de Satanás, cuando dice Si eres Hijo de Dios… Lo de menos es el
hambre que Jesús podía tener, la tentación aquí no es la voracidad, sino que en
el fondo es una cuestión ontológica, ¿quién eres tú? Si de verdad eres quien
dices ser harás lo que es propio de ti, lo que es propio de un Dios. Lo que el
Maligno no sabe es que Dios es fiel también a sí mismo. ¡Fíjense qué
profundidad tan grande hay aquí! Jesús, ¡claro que sin la insinuación de
Satanás podía convertir las piedras en pan!, ya multiplicará los panes y
convertirá el agua en vino, ¡claro que sí! Pero Jesús, precisamente porque es
el Hijo de Dios, no tienta, no cambia lo que Dios ha establecido y ha hecho. Si eres Hijo de Dios… fíjense como
engaña, como cambia la ley de Dios, es decir, sé infiel a ti mismo, es un
engaño: Jesús puede cambiar las piedras en pan, pero no lo hace, no quiere
cambiar lo que Dios ha hecho, pues la piedra fue hecha piedra y el pan será
hecho pan. Jesús es fiel a sí mismo y con el no ceder está manifestando que él
Es, si hubiera cedido se habría engañado a sí mismo, pues solamente él Es.
La segunda tentación, más solapada, le muestra la gloria, se
la ofrece, le dice póstrate, adórame, si
tú te arrodillas ante mí… Dios, en su ser divino, no se arrodilla, salvo
Jesús cuando por humildad y amor lo hace. Jesús, nuestro Jesús, no se arrodilla
nunca buscando la gloria, ¡pues la tiene! La gloria del mundo es fugaz,
pasajera, ficticia; sin embargo, Dios tiene la Gloria verdadera, ¡¿cómo se va a
arrodillar?! Al no buscar la gloria de rodillas está manifestando que es el
Hijo de Dios que permanece en pie delante del Trono, de pie y, a la vez,
sentado a la derecha del Padre. ¡A Él sea la Gloria!
La tercera
tentación es más sutil. Lo llevó a
Jerusalén y lo puso en el alero del Templo…Te ofrezco la gloria del ámbito
sagrado, te llevo al alero del Templo, al lugar santo, ¡cambia la espera de los
buenos y la manera en que los buenos se situarán ante ti! Y tampoco cede,
porque Dios, precisamente porque es Dios, y Jesús, porque es el Hijo de Dios,
no puede, no quiere, se niega a
cambiar el proyecto de Dios como Dios lo ha establecido. Sin duda es más fácil
tirarse del alero del Templo que subir a la cruz, es más fácil y mucho más
sencillo. Sin embargo, no es así, no lo hace,
pues Jesús está manifestando que él es el Hijo de Dios, que posee la
Gloria y que su plan de salvación es según el Padre, aceptando la condición
humana.
Algo curioso es
que a veces y gracias a la tentación sabemos que el Cristo que vamos a ver
clavado en la cruz es, sin duda, desde el principio y para siempre el Dios con
nosotros, absolutamente distinto a nuestros sí
pero no, vamos haber, quizás, después,
todas estás componendas que, tanto ustedes como yo, tenemos a la hora de
convertirnos. Haber, Dios mío, hasta donde puedo pecar, sin que el pecado sea
muy grande, haber hasta donde me puedo convertir, sin que la conversión me
cambie mucho; pero Jesús, hoy, nos dice claramente que así no. Y así como en la
tentación vemos que Jesús es el Hijo de Dios, con la tentación propia, con la
tuya y la mía, lo que tiene que quedar claro es que también nosotros en él, en
Jesús, somos hijos de Dios. ¡Somos hijos de la libertad! ¡hijos de la
Gloria! ¡Señores de todo aquello que
quieras realizar!
¡No!, no nos
engañemos, no llamemos tentación a lo que no lo es, no llamemos demonio a lo
que tampoco. En el fondo es que nos gusta, como al hijo pródigo, andar atados
en lugar de vivir la libertad de Dios. Por eso, al comienzo de la Santa
Cuaresma abramos los ojos del alma para reconocer está llamada profunda del
Señor a ser lo que Dios quiere que seamos, no lo que el mal, el demonio, el
mundo, la mentira, la circunstancias, las historias nos dicen que somos. ¡No!,
nuestra condición es de hijos libres, santos, puros, grandes… Lo demás, vamos a
decirlo como es, lo demás es mediocridad
No hay comentarios:
Publicar un comentario