Homilía del Domingo XIX del Tiempo Ordinario
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.”
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Homilía del Padre Prior:
Queridos hermanos y hermanas:
Si seguimos el hilo de las lecturas nos encontramos con el
profeta Elías. El profeta Elías está desanimado, abatido, carente de fuerzas y
se echa a dormir, detiene su viaje, se desea incluso la muerte. Allí, en esa
situación, se le aparece el Ángel del Señor presentándole el pan y el agua.
Elías come pero no termina de creer, por eso vuelve a dormirse, y Dios, por
medio de su Ángel, insiste: Levántate y
come, el camino es superior a tus fuerzas. De este modo, con aquel alimento
bajado del cielo, eco del maná, Elías camina hasta el Horeb, el monte de Dios.
Este alimento espiritual, que después Jesús presentará en el
Evangelio como Él mismo, que lógicamente nos tiene que dar obras del espíritu,
y es por eso que San Pablo en la carta a los Efesios nos ha dicho, con una
expresión muy singular, lo siguiente: No
pongáis triste al Espíritu Santo, es decir: hay obras de maldad que
entristece el corazón de Dios y hay obras de luz que alegran el corazón de
Dios.
Luego de ver esto, nos adentramos en el pasaje evangélico de
hoy. Curiosamente la afirmación de Jesús de Yo
soy el Pan de la Vida, Yo soy el Pan bajado del Cielo, suscita en los
oyentes disgusto, rechazo y crítica. Crítica porque ¿cómo dice que ha bajado
del cielo?, ¿cómo dice que es pan? si sabemos muy bien de dónde viene y
conocemos a los suyos, ¿quién se cree éste que es?, ¿cómo nos va a dar a comer
su carne?, es decir: no habían entendido que Jesús nos trae como alimento la
fe. La fe que va más allá de lo que se ve, de lo que se entiende, la fe que es
confiar absolutamente en su palabra. Sorprende la paciencia de Jesús en este
pasaje al decir: no critiquéis. Habla de que todos los que le aceptan y aceptan
a Dios se convierten en hijos, que si le aceptan a Él han visto al Padre y, eso
sí, quien cree tiene vida eterna.
Hasta aquí parece que Jesús suavizaría el discurso como si
hubiera dicho: ``tranquilos, lo que quiero decir es que crean en mí ´´ y así
determinadas tradiciones (protestantes) lo han interpretado. Sin embargo, no
podemos ser parciales a la hora de interpretar el texto porque Jesús vuelve,
digamos, a la carga con afirmaciones todavía más claras, firmes y contundentes:
YO SOY EL PAN DE VIDA, es verdad que vuestros padres comieron un pan caído del
cielo, un maná, pero murieron. Quien come el Pan, quien me come tiene vida
eterna y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Todavía las
afirmaciones son más fuertes, es más fuerte decir el pan que daré es mi carne
que decir Yo soy el Pan de Vida. No hay, pues, interpretación posible, Jesús se
está refiriendo a Él mismo, bajado de Dios, venido al mundo, hecho carne, que
es el verdadero alimento de la fe ciertamente, pero que va más allá de un acto
subjetivo. Es necesario comer su carne, beber su sangre, es necesario comerle
para tenerle en plenitud. Fíjense que detrás del verbo comer está el verbo
asumir, está el ``hacer nuestro´´ , digerir, encarnar, hacer vida, tomar
cuerpo; y esto es lo que Jesús quiere hacer con nosotros, vivir en nosotros,
por nosotros y desde nosotros.
La Eucaristía no es un símbolo, no es una evocación, es el
centro de la vida de la Iglesia porque es Jesús mismo y por eso nunca nos
cansaremos de hablar de ello, de valorar este sacramento inmenso, valorarlo y
amarlo. ¿Cómo se ama la Eucaristía? Sobretodo viviéndola y celebrándola.
Viviéndola porque la Eucaristía no es una ceremonia externa, es nuestra propia vida
puesta con la de Cristo en el altar. Celebrándola, trayendo cada Domingo, cada
día, entre semana cuando se pueda, trayendo con gozo lo que somos y vivimos,
escuchando, queriendo poner en práctica, participando, amando y orando; es por
ello que la Eucaristía celebrada se convierte también en Eucaristía reservada,
amando el sagrario como lugar de encuentro con Cristo, visitando a Jesús y
estando con Él y, sobretodo, encarnando lo que hemos celebrado y orado en la
vida y en cada momento. A veces el lenguaje nos traiciona cuando decimos vamos
a oír misa, ¡no vamos a oír misa!, ¡no vamos a cumplir!, vamos a vivir la
Eucaristía y a vivir de la Eucaristía y para la Eucaristía. Sin la celebración
de la Eucaristía no podemos vivir en cristiano.
Queridos hermanos y hermanos, sea en el lugar que sea, aquí,
en nuestras parroquias en nuestros lugares de origen, que siempre giremos en
torno al altar del Señor, toda nuestra vida en torno a Jesucristo. Esto la vida
del presente, pero hay otro aspecto y es que quien come de su carne tiene vida
eterna, no nos olvidemos. No solamente comemos para tener fuerzas aquí, comemos
para tener el viático, el viático que no es solamente para los enfermos sino
para todos los que caminan, que eso significa, alimento del camino, alimento
del que peregrina. Vida eterna que consistirá, va consistiendo, en vivir a
Jesús y estar con Él; por eso, si de verdad estamos en gracia y recibimos al
Señor como es debido, me atrevo a decir que el cielo empieza ya aquí .
No hay comentarios:
Publicar un comentario